Queridos Reyes Magos

 Queridos Reyes Magos:

Antes de nada, quiero deciros que lo que la señora Smith os va a contar no es mentira. Sí, yo rompí el cristal de la ventana de su salón de un balonazo. La señora Smith me amenazó con decíroslo. No la culpo por ello, un cristal tan grande debe costar mucho dinero. Tiene razón en delatarme. Pero quiero contaros que no lo hice aposta, que no tuve más remedio que dar un fuerte puntapié a la pelota para matar al cuervo y que la ventana desgraciadamente estaba detrás. Se lo intenté explicar a la señora Smith, pero ella no lo entiende, no es mágica, como vosotros y como yo. Por eso quiero contároslo, para que al saber por qué lo hice no me castiguéis sin traerme regalos.

Todo empezó hace tres días cuando, en mitad de la noche, mi perro Lu empezó a ladrar. Lu nunca ladra de noche porque mis padres se lo han pedido así. Lu es un perro obediente. El caso es que Lu comenzó a ladrar y me despertó. Yo me asomé a la ventana a ver qué pasaba y allí estaba Lu ladrando a un dragón de cuatro cabezas. El dragón no echaba fuego, pero pude ver que llevaba cogida con las garras a mi vecina Clara. Mi vecina no podía chillar porque el dragón le tapaba la boca con la otra garra. Tenía que salvar a Clara. Se lo debía. Muchas veces ella me había prestado sus juguetes y en ocasiones había compartido su merienda conmigo. Rápido, bajé corriendo, sin hacer ruido para no despertar a mis padres. Cuando abrí la puerta de la calle ya era tarde. El dragón volaba, con esas alas minúsculas, y sólo pude seguirle con la vista hasta que se perdió en el horizonte.

Después de calmar a Lu, entré en casa y cogí la espada, el sombrero de pirata, unas galletas para camino, el abrigo, los guantes y una bufanda de lana. Sabía exactamente donde tenía que ir. Su guarida estaba en una cueva en la alto de una colina, más allá del oscuro bosque. Debía darme prisa, todos sabemos lo que hacen los dragones de cuatro cabezas con las niñas como Clara. No podía tardar mucho, mis padres se levantan al alba y debía estar de regreso antes de que ellos se despertaran. Pocos se han enfrentado a un dragón de cuatro cabezas, y pocos de los que se han enfrentado, han sobrevivido a ellos. Pero Clara es una buena amiga y se merecía todo mi esfuerzo.

Así que subí a mi blanco caballo y galopé por los senderos tortuosos. Cuando atravesaba los pueblos la gente me vitoreaba.

-          “Valiente, valiente”, gritaban.

Mientras trotaba por el verde valle, me di cuenta de que nos seguía un cuervo. Desde el principio había estado revoloteando cerca, pero hasta ese momento no me percaté de su presencia. Era muy probable que el dragón le hubiera mandado vigilarnos. Intenté tirarle una piedra, pero la esquivó con una pirueta más digna de un acróbata que de un cuervo. Tomé la determinación de ignorarle. Ya me encargaría de él.

Al poco llegué a un río muy caudaloso y profundo. Las ranas me ayudaron a vadearlo. Se pusieron unas encimas de otras formando un montículo desde lo más profundo del río hasta la superficie. Mi caballo blanco se apoyó en ellas con delicadeza, sin lastimarlas y así pasamos al otro lado.

Faltaba poco para llegar a la colina cuando apareció el ogro. Era tres veces más alto y gordo que mi padre, y eso que mi padre no es un hombre bajito. No tuve miedo y con mi blanco caballo al galope me dirigí contra el ogro. Pasamos entre sus piernas. Esta maniobra la aprendimos Clara y yo en el colegio para librarnos de los niños mayores.

Ya estábamos en lo alto de la colina, en la entrada de la cueva del dragón de cuatro cabezas. Vi que tenía a Clara cogida por los tobillos, boca abajo, y la iba a introducir en una gran olla. La olla estaba debajo de un fuego. No tuve tiempo para pensar. A Clara ya la había rebozado el cuerpo con sal y pimienta. Así que, saqué mi espada y de un primer golpe le corté una de las cuatro cabezas.  El dragón enfadado y dolorido se defendió lanzándome fuego, yo le esquivé y le pude cortar otras dos cabezas. En ese momento soltó a Clara. Ella me miró y me regaló una sonrisa para agradecerme mi valentía. Eso me distrajo, y al contratacar el dragón perdí la espada. El sombrero de pirata también cayó al suelo. El dragón saltó encima del sombrero y de mi espada y los destrozó. Estaba indefenso y aunque sólo tuviera una cabeza, con su aliento de fuego podía acabar conmigo. En ese momento se me ocurrió que a Lu le encantan las galletas, y pensé que, a las palomas, a las ardillas, a los peces, a todos los animales le encantan las galletas. Y el dragón es un animal, así saqué las galletas y se las tiré. Dudó un instante, pero enseguida se agachó a comerlas y fue ese el momento que aproveché para darle con una piedra en la cabeza.

Clara y yo volvimos antes del amanecer. Me prometió que siempre sería mi mejor amiga.

El cuervo apareció por casa al día siguiente y pasó justo lo que os habrá contado la señora Smith. Yo sólo os pido que comprendáis que no tuve más remedio que intentar darle un pelotazo, y que lo de la ventana fue un accidente.

Mi lista de regalos es la siguiente:

Un espada y sombrero de pirata, para sustituir los que me destrozó el dragón.

Una pelota de reglamento. La señora Smith no me ha devuelto la que atravesó su ventana.

Muchas gracias, Reyes Magos, yo sé que vosotros sois mágicos, sois capaces de repartir millones de regalos en una sola noche y creo que entre seres mágicos nos entendemos.

 

 

Metro

Al llegar a mi estación se abrieron las puertas del metro.  Salí con paso decidido, sin miedo alguno de que se hubiera percatado del robo de su cartera. Mientras caminaba escuché el silbato de advertencia y al instante el sonido de las puertas al cerrarse. Giré la cabeza y ahí estaba entre la gente del andén. De pronto mi víctima debió comprender que el empujón no fue fortuito – Deténgale, ese hombre me ha robado la cartera, al ladrón-. Corrí y corrí, y no paré hasta llegar a la salida.
Una vez en la calle, crucé la acera y me escondí en el negocio más cercano. Resultó ser el mejor escondite, una caja de ahorros, ¿quién iba a buscar a un ladrón en un banco?
 Pasado el peligro, saqué su cartera de mi bolsillo, 80 euros, -no está mal para los tiempos que corren- me dije. No me gustaba robar, pero estaba sin blanca y en paro. Dos meses atrás un directivo había hecho un desfalco en la empresa donde trabajaba. Me despidieron con una mísera indemnización.
Llevaba unos minutos parado cuando noté que algunos clientes me miraban interrogantes. Para no levantar sospechas ni salir de nuevo a la calle esperé la cola.  – Deseo ingresar 80 euros en mi cuenta- dije cuando llegó mi turno. A lo que el bancario respondió- Señor, al no ser esta su sucursal, deberá pagar una comisión de 10 euros-. Soy consciente de que el joven que me atendió no era responsable de tan tremenda estafa, pero a alguien se lo tenía que decir. - Ladrones, sois unos asquerosos ladrones- Me desahogué, pero tras recapacitar ingresé de mala gana mi dinero en el banco. En estos tiempos, no es seguro andar por la ciudad con tantos billetes en la cartera.

Mancha agua

Desde que Mario le dijo que no quería hijos, su mujer tuvo que depilarse las piernas todos los días. Comenzaron a salirle unos pelos de color verde musgo, largos y fuertes muy difíciles de quitar. Esa mañana no fue diferente. Después del desayuno volvió a escuchar el sonido de la depiladora eléctrica. El aparato tenía un pequeño motorcillo que sonaba como el zumbido de una mosca gigante. Mario solía aprovechar, mientras ella se quitaba los pelos, para espiar los mensajes de su móvil.
Lo primero que leyó le dejó helado. “Mañana quedamos donde siempre, a las seis, no te pongas bragas”. Al principio creyó que podía ser una broma, o una frase suelta sacada de contexto, y continuó leyendo. Deslizaba el dedo arriba y abajo por la pantalla, intentando buscarle un sentido a todo aquello. Pero el único sentido que pudo encontrar, por mucho que rebuscó en aquellas frases, fue que su mujer le había engañado, que se había convertido, de repente, en un miserable cornudo. Mario se tocó la cabeza esperando encontrar ya los cuernos. Notó un bulto. Podría ser un chichón, pero no recordaba haberse golpeado últimamente. Entonces, humillado, dejó el móvil sobre la encimera de la cocina y se echó a llorar.
Las primeras lágrimas se las secó con la manga del jersey. Poco después, de sus ojos comenzó a brotar agua como si se tratara de una fuente. Los chorros tenían la potencia de una manguera. Mario se fue consumiendo, y pasados unos minutos su cuerpo, como lo entendemos, desapareció. Se convirtió en un gran charco en el suelo de la cocina.
En ese mismo instante, el zumbido de la depiladora eléctrica de la mujer de Mario dejó de oírse en la casa.
La mujer de Mario se llamaba Melisa. Cuando terminó de depilarse se dirigió a la cocina y en vez de a Mario se encontró un gran charco de agua. Vio su móvil sobre la encimera, lo cogió y borró los mensajes que ella misma se había mandado.
El siguiente paso de su plan consistía en deshacerse de las pruebas. Para ello, primero intentó quitar las lágrimas con la fregona, teniendo cuidado de que no tocaran su piel para evitarse  el trajín de la depiladora. Pero era tal la cantidad de líquido que pronto se dio por vencida. Entonces, salió de la cocina y al rato volvió con unas botas de agua, debajo llevaba unos gruesos calcetines de lana. Las botan eran de Mario, sólo las había utilizado un par de veces para ir de pesca. Pero Mario se había ido, y Melisa las necesitaba, así que pensó que no habría ningún problema si las tomaba prestadas. Cenó mientras veía un documental de la televisión, y enseguida se durmió. “Ya se me ocurrirá alguna idea”, pensó justo antes de coger el sueño.
 A la mañana siguiente, nada más levantarse entró en la cocina. Para su sorpresa, el charco había desaparecido, se había evaporado el agua por el calor de los radiadores. Melisa hizo un gesto de satisfacción, pero unos instantes después frunció el ceño. En el suelo se distinguía un polvillo blanco. Se puso los guantes y lo tocó con el dedo. Estaba claro, se trataba de la sal de las lágrimas de Mario. Entonces, salió de la cocina y regreso con un estropajo. Por un lado era de color amarillo, y por el otro, donde rascaba más, de color azul. Melisa le dio a todo el suelo con el azul. Cuando terminó la cocina estaba como nueva. Entonces, se quitó los guantes y se acarició las piernas. Estaban llenas de pelos de color verde musgo. Tal vez la botas de Mario no le habían aislado bien.

El tamaño importa

 El tamaño del pene importa, claro que importa, pensaba Ezequiel. Las mujeres que lo niegan son mentirosas, para no parecer unas frescas o para no humillar a sus insignificantes esposos. Ezequiel no tenía duda alguna, y aunque no andaba mal de tamaño, gracias a Dios, decidió aumentarlo en un par de centímetros. El cirujano le quitó unos gramos de carne de la parte anterior del antebrazo, y con espectacular precisión los cosió al pene de Ezequiel. La operación fue un éxito. Salió del hospital caminado con paso más firme, los hombros estirados y la barbilla casi apuntando al cielo.
Su vida dio el giro previsto.
Tres meses después, en cuanto pudo ahorrar el dinero, le quitaron carne del otro brazo. A los seis meses comenzaron a coger los trozos de las posaderas. Luego de los muslos, de las piernas, más tarde se lo arrancaron de la espalda, de sus vísceras y por último sacaron toda la carne que se podía quitar de su cabeza.
Desde entonces las mujeres le admiraban y deseaban desposarle. Pero Ezequiel, se chocó con el inesperado problema de no encontrar una lo suficiente hembra para él.
Para solucionar el imprevisto recurrió a los anuncios de Internet. Se fotografió junto a un mechero para que advirtieran el tamaño, y añadiendo una diminuta descripción, subió el anuncio a la red. A los pocos días recibió un correo de María. Al leer su mensaje, enseguida comprendió que era la mujer de vida. Adjuntaba una foto suya junto a un bolígrafo. Llevaba en su cuerpo más de media tonelada de silicona.  Sensual, prepotente, altiva y segura de sí misma. Era perfecta, así que, sin pensarlo dos veces, la invitó a cenar.
La velada fue estupenda, terminaron en su casa. Con solo dos besos María quedó embarazada. Tras nueve meses nació un pene precioso. Él siempre había querido pene. A María le daba un poco igual, pero hubiese preferido que fuese vagina. La enfermera se lo puso en el regazo de Ezequiel, y en ese momento ambos pensaron en ir a por la parejita.










Botón vídeo cámara no funciona bien

Querido diario, estoy preocupada. El botón de mi video cámara no funciona bien, se queda atascado. Mi padre no es capaz de arreglarlo. Ha abierto la cámara, pero hay un muelle o una tuerca que no salen, y mañana celebro mi cumpleaños. Es una fecha muy especial, cumplo 18, soy mayor de edad, y puedo hacer esas cosas que hacen los que son mayores de edad. Aunque llevar un coche me da miedo, aquí en la ciudad no es fácil con tanto tráfico, puedo sacarme, si quiero, el carnet de conducir. También con 18 ya podré votar. Ahora mismo no sé a qué presidente escogería, pero todavía faltan un par de años para las elecciones. Eso sí, cuando meta la papeleta en las urnas grabaré un video y lo subiré a mi blog. Me pondré un precioso vestido y Raquel o Elisa me acompañarán. Después nos iremos a celebrarlo. Hay familias que se arreglan, se visten de domingo (como dicen en el pueblo de mi padre) y después de votar se juntan y lo celebran. Mi tío Enri, yo le llamaba así, porque Enriqueto me parece un nombre horrible, siempre lo hacía. Quedaban en el bar de enfrente al colegio y organizaban los coches para irse a comer paella a ese restaurante a las afueras, cerca del río. Ahora ya no va, se murió de cáncer. Desde que se lo dijeron hasta que lo enterraron pasaron 6 meses. Bueno, mi padre dice que él lo sabía mucho antes, pero que no dijo nada por no preocupar a la familia. Cuando murió yo ya tenía mi video-cámara. No grabé nada del entierro. Por respeto. Sin embargo, Marta subió un documental de la agonía de su gato. Tres días tardo en morir. Y en sus últimos minutos echaba espuma marrón por la boca. Se acercó con su cámara y lo grabó todo. Consiguió más de dos mil visitas en su Facebook. Si yo hubiera grabado la muerte de mi tío hubiera conseguido muchas más. Pero sería muy irresponsable por mi parte. Marta no debe tener padres, yo nunca los he visto en sus videos. Si los tuviera seguro que no la hubieran dejado grabar lo de su gato, o por lo menos no subirlo a la red.
Me preocupa lo mi video-cámara. Mi padre me ha dicho que tiene un amigo que entiende de eso y que se la iba a llevar. Pero, ¿y si no consigue arreglarla? Yo ya le he dicho a Marta que mi fiesta de cumpleaños va a ser espectacular, que lo pondré en Facebook al día siguiente. Mi madre ha decorado la casa y el jardín. Un poco infantil, la verdad. Todavía piensa que soy una niña y ha comprado globos de colores. Marta se ha reído cuando se lo he contado. No tiene nada que ver con su fiesta de cumpleaños. Como no tiene padres, puedo hacer lo que quiera. Salieron en las fotos todos desnudos. Bueno, del todo no. No se le veían sus partes, pero estaba claro que habían estado desnudos. Le enseñé el video a mi madre. “Qué vergüenza, hija. A ti no se te ocurra hacer eso en la vida”, me dijo. Y tiene toda la razón. Yo nunca haré una fiesta como esa.
A mi madre no le enseñé el vídeo en el que beso a Jorge. El primer beso de mi vida. Tenía 15 años, ¿cuántas visitas tuve?, no lo recuerdo, pero creo que más de diez mil. No me hace falta desnudarse para conseguir visitas. Marta después de su fiesta se ha hecho más popular. Pero todas pensamos que es un poco puta. Tiene más chicos alrededor suyo, claro, pero porque la ven como una puta y a los chicos les gusta eso. Aunque luego lo pagas, te encasillan y nunca te podrás echar un novio decente.
A mi tía Elisa le paso exactamente eso. Me ha contado mi madre que de joven la encontraron en el coche con dos amigos suyos. Tuvo la mala suerte que a uno de ellos le doy un ataque epiléptico y tuvieron que explicarlo todo a la policía. Sus padres lo quisieron ocultar, pero era un pueblo pequeño y al día siguiente todo el mundo estaba enterado. Nunca se pudo quitar la fama de puta. Por eso se ha tenido que casar con mi tío Ángel, un borracho. Mi madre dice que debe tener el hígado destrozado de tanto beber. Hoy viene a mi cumpleaños. Si tengo el botón de la videocámara arreglado voy a grabarle. Es muy gracioso y siempre está diciendo tonterías, debe ser porque al estar borracho todo le da igual. También dice obscenidades delante de su mujer. Que por cierto viste como una puta todavía. Siempre con faldas cortas y casi va enseñando las bragas. Algunas veces ha salido en un vídeo con esas minifaldas. Mañana también la quiero grabar. Haré un reportaje. A mis padres les avisaré cuando les enfoque con la cámara y aun avisándoles muchas veces no se darán cuenta y empezarán a discutir. Una discusión es normal en una familia. Da un toque de naturalidad, ese toque que le falta a los videos de Marta, totalmente artificiales. También la pobre no tiene padres a los que sacar discutiendo.

Confesiones a un diario

Confesiones a un diario.
Señor Diario, te escribo para acabar de contarte como terminó la historia de ayer. Como te habrás imaginado la discusión terminó mal. Era de esperar. Me quedé con ganas de matarla como tantas otras veces. No lo hago porque las consecuencias serían horribles. En la cárcel hay presos violentos y yo no lo soy.
No te escribiría sobre esto si hubiera sido una discusión más. Pero ayer me sacó de mis casillas. Toda la cocina patas arriba para hacerse un huevo frito. Utilizó dos sartenes. Todavía no lo entiendo. - ¿Por qué dos sartenes para un huevo frito? – le pregunté. Se dio la vuelta sin contestar y salió indignada del salón.
Ignorarme cuando la hago una pregunta es una de sus técnicas. Nada es casualidad. La he observado, con detenimiento, y todo está minuciosamente previsto. Hace tiempo que entendí como actúa, su modus operandi, y sé que cuando me besa en los labios, sin hacer ascos a mi mal aliento mañanero, y me susurra al oído, “Buenos días, cariño, ¿qué tal has dormido?”. Sé que con ese beso inocente es capaz de percibir mi estado de ánimo, de captar mis puntos débiles y utilizarlos para amargarme la existencia. “Ha sido un beso rápido, de pajarito”, piensa ella, estará estresado, y entonces decide no tapar el dentífrico y esconder el tapón. Sabe que eso no lo puedo soportar. O, “¡qué beso más húmedo!, seguro que está cachondo”, pues hoy sin follar. Lo tiene todo estudiado.
Pero ya sabes, Señor Diario, que esta vida está llena de contradicciones, y en cuanto abre la puerta y se marcha a trabajar, mi odio se desvanece. En cuánto me separo de ella, ¡cómo la echo de menos! Enseguida pienso que la calle está helada y podría resbalar y romperse el brazo. De solo imaginarlo se me humedecen los ojos. O que un loco la viole. Es tan guapa que cualquier subnormal se le puede ocurrir violarla, y entonces yo sí que acabaría en la cárcel porque le mataría. O no, en principio no le mataría. Acabaría primero con toda su familia. Me enteraría si tiene hijos y los degollaría delante suya. Después a sus padres, a sus amigos y por último, ya sí, acabaría con él cortándole los brazos, sacándole el hígado y mordiéndolo yo mismo o dándoselo a un perro para que se lo tragara. Ya sé, Señor Diario, que te parecerá raro que quiera matarla y a la vez matar por ella. ¿Pero, por qué pienso en ello si nunca he aplastado ni un mosquito contra la pared, si cuando paso delante de un hormiguero camino de puntillas? Pues, Señor Diario, creo que algo en lo más profundo de mis genes me lo manda. Algo que lo soluciona todo asesinado a sangre fría, sin el más mínimo escrúpulo. Pero entonces, ¿yo soy un criminal en potencia reprimido?
No, no lo soy, y si lo fuera, ella sería la última persona a la que haría daño. Si acabase con su vida al poco tiempo me encontrarían seco y encogido sobre la cama. Pero un violador, eso es harina de otro costal. Simple justicia. Le dejaría con los padres de la víctima. ¿Tú sabes lo a gusto que se queda un padre después de cortarle los huevos con un cuchillo oxidado al violador de su niña? Digo niña, porque para un padre siempre será su niña, y el violador no habrá violado a una señora o a una mujer, sino a una niña, vestida de princesa con un vestido precioso, de color rosa y falda de tul.  Sí, yo usaría ese cuchillo oxidado para cortarle los cojones, y después le encarcelaría, pero no solo, sino con trescientos negros de pollas duras y enormes.
Ayer por la noche, después de la discusión por las sartenes, después de cenar y ver en la televisión como los políticos se destripan en directo, mi mujer cerró los ojos y se durmió. Se convirtió, de nuevo, en mi niña, ¿cómo he podido pensar en acabar con su vida? - me dije-  Ni siquiera rozaría su piel con la pluma del ave más delicada para no molestarla. No me atrevería ni a interrumpir su sueño. Pero, por otro lado, sé que en cuanto se despierte, mi niña se desvanecerá, en cuanto comience a hablar y me grite que he dejado un vaso en la encimera de la cocina, que ese no era su sitio, que por qué no he quitado las migas después de partir el pan, que los zapatos marrones deben estar en el lado derecho del armario, que me lo ha dicho mil veces y que está harta de repetírmelo. Sé perfectamente que de nuevo tendré ganas de darle con la silla en la cabeza o meterle un cojín en la boca hasta que se calle para siempre. Pero también sé que dejaré que me bese y me de los buenos días cada mañana, y que seguiré permitiendo que aproveche la información de mis labios para hacerme la vida imposible.
Pero estas palabras, Señor Diario, sólo te las escribo a ti. ¿A quién más le puedo contar que imagino a mi mujer caer por la ventana, y que mientras cae levanta el índice y me regaña por no enjuagar los vasos de café o por utilizar, sin motivo, los cubiertos destinados a las visitas?  Y sólo a ti, porque sé que no me juzgas, soy capaz de decirte que por fin me relajo cuando fantaseo que su cuerpo se revienta en el asfalto.

Metro

Al llegar a mi estación se abrieron las puertas del metro.  Salí con paso decidido, sin miedo alguno de que se hubiera percatado del robo de su cartera. Mientras caminaba escuché el silbato de advertencia y al instante el sonido de las puertas al cerrarse. Giré la cabeza y ahí estaba entre la gente del andén. De pronto mi víctima debió comprender que el empujón no fue fortuito – Deténgale, ese hombre me ha robado la cartera, al ladrón-. Corrí y corrí, y no paré hasta llegar a la salida.
Una vez en la calle, crucé la acera y me escondí en el negocio más cercano. Resultó ser el mejor escondite, una caja de ahorros, ¿quién iba a buscar a un ladrón en un banco?
Pasado el peligro, saqué su cartera de mi bolsillo, 80 euros, -no está mal para los tiempos que corren- me dije. No me gustaba robar, pero estaba sin blanca y en paro. Dos meses atrás un directivo había hecho un desfalco en la empresa donde trabajaba. Me despidieron con una mísera indemnización.
Llevaba unos minutos parado cuando noté que algunos clientes me miraban interrogantes. Para no levantar sospechas ni salir de nuevo a la calle esperé la cola.  – Deseo ingresar 80 euros en mi cuenta- dije cuando llegó mi turno. A lo que el bancario respondió- Señor, al no ser esta su sucursal, deberá pagar una comisión de 10 euros-. Soy consciente de que el joven que me atendió no era responsable de tan tremenda estafa, pero a alguien se lo tenía que decir. - Ladrones, sois unos asquerosos ladrones- Me desahogué, pero tras recapacitar ingresé de mala gana mi dinero en el banco. En estos tiempos, no es seguro andar por la ciudad con tantos billetes en la cartera.